03 julio 2011




CUANDO DARWIN ESTUVO EN BUENOS AIRES




Esta anécdota nos pinta de cuerpo entero. Darwin, el genial naturalista que cambió para siempre la historia de la humanidad, estuvo en nuestra provincia entre agosto de 1833 hasta mayo del 34. Cuentan que en las costas de Pehuen có, encontró “una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a razas extintas” y fue desde nuestras playas cuando se preguntó por primera vez cómo podía ser que un fósil guardara tal grado de semejanza con un animal vivo. En sus tertulias con el capital del HMS Beagle, el barco que lo llevó alrededor de todo el mundo, Fitz Roy, le comenta por primera vez su reflexión que fuera el puntapié inicial de su teoría de la evolución de las especies, pero el legendario capitán se siente extrañado con estas ideas que iban en contra del mandato bíblico. En Buenos Aires –Darwin- llega a la conclusión de que es posible que las especies a lo largo de las centurias pudieran transformarse, es decir, evolucionar conforme a las necesidades de su hábitat, sin embargo, el joven naturalista fue más que un experto en fósiles, fue un observador de las criaturas vivas y dentro de ellas, el hombre y su forma de relacionarse con el mundo tuvo una importancia especial en sus investigaciones. Fue un agudo crítico. Sentía una enorme curiosidad por el animal que se había perpetuado como dominador, y ni bien pisó suelo bonaerense se sintió atraído por el gaucho y por las diferencias que él tenía con los hombres de ciudad. Pero el gaucho fue para Darwin el natural habitante que nos representaba como país. Decíamos que la anécdota nos pinta de cuerpo entero y así lo es. Cuentan que cuando Darwin estaba transitando nuestra pampa en un trayecto que lo estaba llevando desde Carmen de Patagones hasta Buenos Aires, se encuentra a la altura de Tandil con dos gauchos sentados en una pulpería. Darwin les pregunta por qué no estaban trabajando. Podemos imaginarnos la cara de nuestros hermanos, allí, en la mitad de la mañana, con la pulpería detrás como refugio contenedor y de pronto oír a un extranjero preguntar semejante cosa. Uno de los gauchos le responde con nuestra fe y con la natural desatención propia de nuestra idiosincrasia: “Porque el día es demasiado largo”, Darwin esperó oír en el otro gaucho alguna idea más feliz, pero el muchacho fue sincero, le dijo que él no trabajaba “porque soy demasiado pobre” Entraba pues, Charles Darwin a la Argentina.
Conozcamos un poco al protagonista de nuestra historia. Charles Robert Darwin nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury, en el Reino Unido, y desde pequeño sintió una gran curiosidad por la biología, pero su meta allá en su comarca era la de ser clérigo. Uno puedo pensar en la paradoja más grande de esa vida y cómo muchas veces los caminos para llegar a una meta son tan raros e impredecibles: él, que luego destronaría las ideas pilares de la Biblia postulando que el hombre no había nacido con Adán en aquel Edén divino, sino por la evolución del mono, fue un ardiente defensor de las doctrinas religiosas, y tanto fue así que pensó en entregar su vida al ministerio religioso. A pesar de esto, continuó sintiendo una fuerte inclinación hacia las ciencias naturales. Allá por 1831, cuando él apenas 24 años, recibe una noticia que le cambiaría la vida para siempre, tenía que reportarse con el capitán Robert Fitz Roy, el Almirantazgo había dado la orden de que el HMS Beagle completara un viaje hacia el sur del mundo para trazar un mapa de aquellas regiones. Fue Jhon Henslow, conocido botánico, quien le sugirió al capitán el nombre de un muchachito que si bien estudiaba para clérigo tenía una verdadera afición por la botánica y la zoología. Una anécdota también lo pinta de cuerpo entero a nuestro héroe. Aquel profesor organizaba excursiones con el fin de dar con fósiles en las costas, en una de ellas, Darwin halla tres especimenes maravillosos de coleópteros, pero cómo llevarlos hasta la universidad si había que hacer un trayecto lleno de obstáculos, fue simple, Darwin tomó uno en cada mano y el tercero se lo llevó a la boca, y allí pudo llegar a la universidad con sus tres muestras. Henslow no necesitó más y lo recomendó y así fue cómo este muchacho acostumbrado a la vida apacible de la comarca se embarcó en el HMS Beagle, con destino a recorrer los mares del sur del mundo, corría el año 1831, y cuando regresara en 1836 aquel joven volvería siendo un hombre y sus ideas cambiarían a la humanidad. Pero Darwin no sólo era un experto en el manejo de fósiles o en su observación de vegetales y animales, él tenía además, como ya dijimos, un extraordinario conocimiento de la conducta humana, fue un brillante observador del medio en donde estaba y de los hombres que lo habitaban.
Desde que llegó a nuestro país sintió fascinación no sólo por nuestra riqueza botánica, sino por el elemento humano, tanto fue así que él intentó desentrañar la mentalidad de la Argentina –mejor dicho, del argentino, del ser nacional- que recién se independizaba. El modo de ser del gaucho, nuestra organización y contradicciones fueron para él una causa de investigación. Veamos su recorrido por nuestro mapa. El 24 de julio de 1833 el Beagle zarpó de Maldonado, Uruguay, llegando el 3 de agosto a la desembocadura del Río Negro, pero dejemos la voz a Darwin, su pluma nos transportará a estos años, en su diario del viaje hacia Buenos Aires nos cuenta… “a lo largo de la ruta dejamos atrás las ruinas de algunas hermosas estancias que fueron destruidas por los indios hacía pocos años por el cacique Pincheira, pero algunos se resistieron con feroz valentía. El pueblo llamado El Carmen, por unos, y Patagones, por otros se levanta delante de un acantilado que enfrenta al río, del Río Negro al norte los españoles sólo tienen un pequeño poblado establecido recientemente, Bahía Blanca” Luego emprende desde allí una expedición con destino final, la ciudad de Buenos Aires. En su camino advierte que aquella zona “apenas merece un nombre mejor que desierto”, y continúa: “nos vimos frente a un famoso árbol al que los indios veneran como el altar de Walleechu (Gualicho, podemos estar seguros que fue en la zona de Napostá donde Darwin pernoctó) se encuentra en un lugar elevado de la llanura, por lo cual constituye un punto destacado visible a gran distancia. Es un árbol bajo, espinoso, está por completo solo y por cierto que fue el primer árbol que vimos, todos los indios sin importar edad ni sexo le rinden tributo, creyendo así que sus caballos no se cansaran y que ellos mismos gozaran de prosperidad, dejándole cigarros, carne, trozos de tela y toda clase de ofrendas… el gaucho que me contó esto afirmó que él junto con sus amigos muchas veces esperaban a que se fueran los indios para robar las ofrendas a Walleechu.” Es aquí donde Darwin nos entrega una semblanza que nos hace transmitir toda la emoción del momento y su admiración por el gaucho… “acampamos unas dos leguas más allá de este árbol. En aquel momento los gauchos con sus ojos de lince vieron una malhadada vaca y partieron a toda carrera para cazarla. A los pocos minutos la trajeron enlazada y la sacrificaron. Allí teníamos cubiertas las cuatro necesidades básicas para la vida en el campo: pasto para los caballos, agua (aunque sólo se trataba de un charco fangoso) carne y leña. Los gauchos estaban encantados por haber podido encontrar todos estos lujos y pronto comenzamos a preparar a la pobre vaca. Esa fue la primera noche que pasé a cielo abierto. Hay placeres incomparables en la vida tan independiente del gaucho, como el de poder detener el caballo en un momento dado y decir: “Aquí pasaremos la noche” La calma mortal de la llanura, los perros siempre vigilantes, los gauchos haciendo sus camas en torno al fuego como una tribu gitana, han dejado en mi mente una profunda impronta de esta noche que jamás olvidaré”
En Punta Alta, en Monte Hermoso y Pehuen Có, Darwin encuentra fósiles de grandes mamíferos, y es la primera vez, como dijimos, que se topa con la idea de la evolución. En aquellas solitarias playas imagina el pasado de la humanidad, presenciando los interminables atardeceres, comparando los fósiles con los animales vivos que ve en el monte, viendo el cielo bonaerense, infinito, oyendo las palomas en los eucaliptos y tomando mate, que halló muy sabroso, intuye que las ideas de la Biblia no pueden explicar lo que está dado por su vista de ver. La realidad botánica Argentina transforma su forma de ver al mundo y podemos estar seguros, como creía el mismo Sarmiento, quien se entrevista con él, que la teoría de la evolución nació en nuestras playas y no en las Galápagos, pronto y a diario, Darwin se aleja de la idea bíblica, y haciendo gala de una personalidad abierta, reconocer su error y comienza desentrañar su famosa teoría, que lo enemistaría con el capitán Fitz Roy, a tal punto que cuando en 1859 publica su “Origen de las Especies”, se suicida.
En aquellos años la Argentina estaba en medio de una crisis. Cuando no. Rosas estaba peleando con el indio en la frontera, aunque en realidad lo que él pretendía era el poder absoluto, en 1833 estalló la Revolución de los Restauradores y Encarnación Ezurra, esposa de Rosas junto a partidarios formaron la Sociedad Popular Restauradora, pero para la historia pasó a llamarse La Mazorca, su brazo armado y que luchó contra los federales, opuestos a las ideas rosistas. Balcarce, quien gobernaba, cae y su lugar lo ocupa Viamonte. En enero la armada británica invade las Islas Malvinas, un gaucho llamado Antonio Rivero junto a ocho compadres, tratan de hacer frente a los piratas pero cae muerto, desde entonces su figura se volvió mítica. En el continente, Darwin al llegar a Buenos Aires trazó una radiografía magistral de nuestra forma de ser, volvemos a su diario, allí podemos leer: “Durante los últimos seis meses he tenido la oportunidad de apreciar en algo la manera de ser de los habitantes de estas provincias del Plata. Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades, el gaucho es invariablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es modesto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con audacia y energía. La política y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado, pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Es curioso destacar que las personas más respetables invariablemente ayuden a escapar a un enemigo. Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen otros muchos crímenes, pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras, su falta de principios es completa. El concepto de honor no se comprende. Ni este, ni resabios de caballerosidad lograron sobrevivir al largo pasaje del atlántico. En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable, el jefe de Correos vende moneda falsificada, el gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio. Con esta extrema carencia de dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen sin embargo la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador. Como deseo el bien del país, espero que este periodo no tarde en llegar”
Cansado y ahogado por los problemas en Buenos Aires, y por nuestra manía de hacernos la vida imposible, se embarca hacia el litoral, y luego, hacia la Patagonia. Dejó nuestra provincia, y país, convencido de que aquí estaba una de las claves para la evolución de la humanidad, pero también, anidaban en el poder y en la ciudadanía, la corrupción y la injusticia. Al llegar a Inglaterra, en 1836, luego de cinco años navegando los mares del mundo, escribe su teoría, ocasionando un cisma mundial. Allá lejos, seguramente, al mirar el cielo nocturno y las estrellas, buscando una respuesta, se habrá acordado de la noche que pasó aquí cerca de Bahía Blanca, en compañía de sus queridos gauchos.

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