22 noviembre 2012

JORGE FINTOCCI, EL LOCO DE LOS FOCOS.


Vive en el Paraje Faro del partido de Coronel Dorrego, tierra de olivos y de buenos chorizos secos. Su fascinación por las viejas bombitas de luz o los llamados focos, tiene su origen, según nos cuenta, en su infancia. Su padre, capataz de una estancia cercana a Ombuctá, se ausentaba muchos meses, por lo tanto, la mayor parte del tiempo lo tenía que pasar con su madre. La vieja casa de los Fintocci tenía dos focos, uno en la cocina que iluminaba casi todo el rancho y otro en la puerta del fondo, que era usado para “avisar” de que allí existía gente. “El foco del fondo era el más importante, en las tremendas soledades de Faro, un foco de 75 es visto a varios kilómetros, y cuando yo tenía que trabajar en las estancias vecinas, mi madre lo prendía cuando bajaba el sol y eso significaba que estaba todo bien” Pero el problema surgía cuando se quemaban los focos. Su madre jamás se animó a ponerlos. “Y mirá que se daba maña para todo, pero la electricidad, decía, era cosa de mandinga, y lo máximo que llegaba era a tocar el interruptor” Jorge nos contó el problema que sobrevenía a la rotura de un foco: “Era todo un drama, yo me acercaba a un árbol y miraba en dirección a mi casa y cuando no veía el puntito de luz del foco me tenía que ir volando para el rancho. Encontraba a mi madre con alguna vela, muy triste, porque su limitación la ponía mal” Los focos no son elementos que se encuentran con facilidad en aquella zona, más hace algunos años. El único almacén de Faro tenía algunos y para asegurarse de que no faltaran en su rancho, Jorge los compraba todos, y aunque tuviera una reserva importante, toda vez que pasaba por la pulpería se llevaba todo el stock. “Mi obsesión empezó cuando por trabajo tuve que viajar a otros pueblos. Ni bien entraba a un almacén, pedía focos, no me importaba qué cantidad, los compraba todos. Después cuando llegaba a Faro, se los dejaba a mi madre” Llegó un momento en el que la pieza que antes era destinada a las “cucherías” se llenó de cajas con focos. “Cuando encontraba uno de 100, temblaba. Un foco de cien, lo comprobé, lo podía ver desde la ruta. Entonces sabía que mi madre estaba bien” La vida siguió su curso, y su padre dejó el trabajo en Ombuctá y juntos viven en Faro. Jorge trabaja en una estancia del vecino paraje de Oriente, y todas las noches se acerca a la ruta para ver si el foco del fondo de su casa está prendido. “En varios años, llegué a juntar 9.769 focos, todos están en esa pieza”, señala con orgullo el espacio en el que la puerta no puede cerrarse por la cantidad de cajas. “Un foco en el campo dura más que en una ciudad, lo pude comprobar. El aire libre le hace bien al foco y también comprobé que cuando uno lo quiere y lo cuida, el foco siente ese afecto y es como si durara más” Ante nuestra pregunta de cuál fue el foco que más duró. “Lo tengo en esas repisas. Yo desde hace 30 años no he podido tirar ni un solo foco. Cómo tirar algo que ha sido tan útil” La colección de focos de Jorge es asombrosa, y sus padres se miran con admiración, pero también con esa complicidad inevitable de tener que aceptar si o si el extraño y fascinante amor de Jorge por sus focos. En una piecita que su padre levantó con sus manos, detrás de la casa, están exhibidos cientos de fotos quemados. Jorge los tiene organizados por duración. “El que está arriba es un Osram de 100 que duró 621 días. Nos alumbró en momentos difíciles”
La entrevista debía tocar un tema muy complicado: la reciente ley que hizo desaparecer a los focos por los de bajo consumo. El rostro de Jorge Fintocci se desmoronó. “Fue lo peor que pudieron hacer. No saben el daño que han hecho, y no hablo por mí, sino por toda la gente que vive en el campo. Los focos además de durar más, y tener ese sentimiento hacia su dueño y su necesidad, tienen una luz perfecta, y alumbran en la distancia. Uno de estos nuevos –él no los nombra- no llegan a la ruta. Lo máximo trescientos metros y ya no los ves más, además no dan luz, dan sombra. Y están hechos de tal manera que no sean capaces de dar ningún sentimiento. No te podés encariñar con algo que no sea hecho con vidrio transparente. Un foco que no sea transparente es claro que no alumbra” La tarde cae en el viejo rancho de Faro, y ya es hora de prender los dos focos. “Cuando estoy en casa, me cabe el honor y los prendo, sino ellos están autorizados” La luz de un viejo foco de 100 ilumina un espacio muy grande en el fondo de la casa. “Podés ver las estrellas. Los focos tienen hasta eso” Al despedirnos Jorge Fantucci nos da un abrazo y nos regala un Osram de 25. No queremos aceptar el presente, sabemos que ya no se fabrican más y que esos 9.769 tienen que durar muchos años. Pero insiste: “Los de 25 son para veladores, para leer. Yo fomento la cultura”

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