13 marzo 2009

¿JACK EL DESTRIPADOR, VIVIÓ EN BUENOS AIRES?

Hoy la historia nos desvía hacia finales del siglo XIX a la ciudad de Londres, a una Londres sombría, siempre nebulosa e inquietante. La historia incluye a un asesino que durante agosto y noviembre de 1888 mantuvo en vilo al mundo entero. Fueron cinco las mujeres que se hallaron muertes, destripadas en la zona conocida como Whitechapel, a pocas cuadras del Thames, en un ambiente portuario. Fueron cinco mujeres de la calle quienes tuvieron la desgracia de encontrar en sus recorridos a un sujeto que pasará a la historia como el más grande de los asesinos. Su cara, jamás vista. Su vida, un misterio. Los motivos por los que mataba, inciertos. ¿Quién era? ¿Por qué lo hacía? Las sombras y la oscuridad de las calles de Whitechapel escondieron para siempre al killer. Aquellas cinco mujeres fueron halladas brutalmente degolladas, destripadas. Scotland Yard, el cuerpo policial londinense, no sabía qué hacer. Mientras tanto, el asesino se tomaba la atribución de mandar cartas a los investigadores, dejando más dudas y añadiéndole una cuota de perversión inimaginada. De agosto a noviembre dijimos fueron los meses en los que el asesino salió de caza. El 9 de noviembre de 1888 Mary Jane Kelly fue hallada horrorosamente mutilada. Ese fue su último acto, y nadie más volvió a saber del hombre que deambulaba por los arrabales de Londres entre el humo de las tabernas y la bruma del Thames. La policía y la prensa, jamás supieron el paradero del asesino. Se lo tragó la tierra, dijeron, los casos, irresueltos, y los sospechosos, liberados. La policia tuvo que reconocer que las muertes no tienen explicación, el caso debía cerrarse. Casi un siglo después, a miles de kilómetros de allí, en nuestra Buenos Aires, en 1989 un sacerdote irlandés, muy viejo ya, el padre Alfred Mc Conastair quien en 1925 había sido exiliado a una congregación comentó que guardada un secreto. ¿Qué decía aquel secreto? En los años veinte había cumplido sus labores en el Hospital Británico. Como todos los días, él recibía pedidos de extremaunciones, aquel día no fue anormal. Le dijeron que un anciano solicitaba de sus servicios. Quería confesarse. Aquel anciano hablaba muy poco la lengua de Cervantes, era inglés; aquel día tuvo mucho trabajo así que recién por la noche pudo ir a la habitación del arrepentido. Allí se enteró que no era cristiano. ¿era judío, protestante? Alfred, no lo pudo recordar, lo cierto es la confesión era atroz. Lo que este anciano le relató fue –con lujos de detalles- una serie de asesinatos. Asesinatos macabros, aquella voz dentro de aquella cara, recordó el sacerdote irlandés muerto en 1997, jamás pudieron irse de su cabeza. Aquel anciano cadavérico había elegido Buenos Aires para comenzar una nueva vida y terminar sus días, lejos del teatro de operaciones donde habría realizado sanguinarios actos. ¿Quién es usted? ¿Qué nombre lleva? Fueron las preguntas que el padre le formuló, jamás hubiera imaginado la respuesta, en todo caso, estaba delante de un emisario del mal. “Soy, Jack. Soy Jack el Destripador”, le respondió con la voz de una conciencia atormentada.

Los hechos que le relató aquí en Buenos Aires Jack al padre Alfred Mc Conastair dieron comienzo el 31 de agosto de 1888 en la lejana Londres. La noche de aquella jornada Mary Ann Nichols fue encontrada mutilada; una semana después, el 8 se septiembre Annie Chapman, mutilada. En el mismo mes, el 30 se septiembre, Elizabeth Stride, y en la misma fecha, Catherine Eddowes, habrá sentido una sed de sangre insaciable el killer en esa noche, ambas víctimas, mutiladas. Pasó octubre, y nada, el silencio, la oscuridad, el misterio… el terror invadía a toda la zona de Whitechapel, y se esparcía como un veneno por toda Londres. La policía no sabía qué responder a una sociedad que sentía miedo de ir a la esquina y que se veía atacada por un maníaco, totalmente desprotegida. Se veían sombras sospechosas, se confabularon las más asombrosas teorías, y mientras tanto, el asesino comenzó a mandar cartas al jefe de la investigación. Parecía una burla. Un juego. Fue entonces que llegó el 9 de noviembre y Mary Jane Nelly, fue hallada en un estado de mutilación absoluta. Fue con quien más se ensañó, como si quisiera dejar demostrado toda su crueldad antes de retirarse. Pasó noviembre. Pasó Diciembre. Pasó el tiempo y jamás se tuvieron noticias de Jack el Destripador. Ahora bien, por qué no suena descabellada la hipótesis de que aquel hombre decrépito que se confesó con un cura allá en los primeros años del siglo pasado, por qué en los archivos de la Scotland Yard se investigó la llamada pista Maduro.

Vamos por parte. La versión local de una revista llamada Ellery Queen`s Mystery Magazine que data de 1976 nos ofrece un curioso artículo firmado por un criminalista argentino, Juan Jacobo Bajarlía, en donde expone una teoría que según él y muchos estudiosos, sería la que esclarecería el caso. En 1888 un porteño llamado Alonso Maroni o Maduro –los ingleses se inclinaron por este último apellido- habría llegado a Londres representando una empresa argentina con la misión de ubicar acciones allí, en tales menesteres se hizo amigo de Griffith Galway, un respetado hombre de negocios, a fines de diciembre de ese año, su “misión” bursátil se termina y decide regresar rápidamente a Buenos Aires, a tales efectos le pide a su joven amigo Galway que le ayude a hacer sus valijas, grande fue la sorpresa de este al comprobar que una de las maletas tenía doble fondo, allí descubrió un sombrero flexible, un sobretodo gris y un conjunto de bisturíes. A Esto hay que añadirle que la noche en la que se produjo la muerte de la joven Elizabeth, Galway halló a Maduro caminando por Whitechapel, al despedirse le dijo una frase reveladora: “Habría que liquidar a todas las prostitutas” Semanas luego del 8 de noviembre, fecha en la que se produjo el último crimen. Galway hallaría aquel escondite en la valija lleno de bisturíes. Días después, Maduro desaparecía para siempre sin dejar rastros. Consultado por la policía, el joven inglés aportaría un dato revelador: la tarjeta de presentación acusaba una dirección en la calle Paseo de Julio (hoy Alem) en Buenos Aires. Las fechas coinciden plenamente. Maduro estuvo en Londres cuando se produjeron los asesinatos y se fue cuando cesaron las muertes. Aquí en Buenos Aires hay registros que entre 1890 y 1910 un oscuro personaje de sobretodo gris y sombrero se paseaba por el bajo porteño causando inquietud entre los vecinos. Nadie sabía qué hacía, lo único que se conocía era que tenía dinero y que no trabajaba. Según Bajarlía, en un artículo de 1988, un siglo después de los asesinatos, afirma que Maduro vivió en una casa en lo hay céntrica L. N. Alem frente a la antigua plaza Mazzini, hoy Roma, en las inmediaciones del Luna Park y que murió a las 75 años en 1929 en el hospital Británico.

En otra línea de la investigación, se habla de un misterioso doctor Stanley, Este sujeto, hábil en el manejo del bisturí, habría causado los asesinatos y luego de los cuales, habría venido a Buenos Aires. Esta teoría es abonada por el especialista Leonard Matters, quien toma varios puntos de contacto con fundamentos de la historia. Primero, entre 1910 y 1920 existió en el bajo porteño un pub, frecuentado por la incipiente comunidad inglesa, que se llamaba “Sallys Bar”, este pub habría sido propiedad del Dr. Stanley, es decir, del Destripador. En 1926 en la revista people se conoce más información de este Mister Stanley. Más o menos en el año 1910 entró a trabajar en el Hospital Británico de Buenos Aires, un doctor Stanley, en 1929 este mismo hombre, ya en estado terminar, postrado en la habitación 29, manda a llamar a un ex discípulo suyo que también ejercía en el nosocomio porteño. Hay una carta que atestigua esto. En ella se da cuenta que el director del hospital hará una consideración especial para que el pedido del Dr. Stanley se haga realidad, debido a un cáncer terminal, estaba aislado. Estos dos conocidos se juntan y allí el Dr. Stanley le habría confesado ser Jack el Destripador. La figura de este doctor adquiere nuevamente protagonismo, en 1888 el hijo del director de la morgue de Londres recuerda que su padre era amigo de un enigmático Dr. Stanley que todas las semanas iba a ver los cadáveres, y un día habría confesó que su hijo había contraído la sífilis: “Las mujerezuelas se han apoderado de mi hijo, me desquitaré!” esta declaración coincidió con el inicio de los crímenes y hasta fines de noviembre Stanley habría seguido visitando la morgue, luego de este tiempo, habría desaparecido por completo. Según el mismo director, habría oído que Santley iniciaría un viaje “por Sudamérica” Así es cómo en Buenos Aires parecen coincidir los destinos del asesino de quien jamás se supo su verdadera identidad. Conjeturas, indicios, huellas que nos llevan a calles que hoy son transitadas por miles de personas que desconocen que por allí dejó sus pasos un oscuro personaje que provocaba miedo entre la vecindad… ¿fue Alonso Maduro, el que vivía frente a la Plaza Roma? ¿Fue el doctor Stanley, dueño además de un pub en el bajo? ¿Quién fue realmente aquel inglés que murió en el Hospital Británico en 1929 en la habitación 29? Las respuestas, y conjeturas, son ahora de ustedes, queridos lectores.


NOTA EXTRAÍDA DE LA COLUMNA SEMANAL DE LEANDRO VESCO EN EL PERIODICO "NUEVA ERA" DE CARHUÉ, BUENOS AIRES.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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